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Estrella Occidental

Ciencia y Sociedad

Diferencia de criterios no es falta de unidad

diversidad
Escrito por Mayra García Cardentey   
Lunes, 01 de Noviembre de 2010 14:45

A lo largo de todo proceso social, se arrastran lastres que lejos de perfeccionar el funcionamiento de una sociedad común, la mutilan, denigran y falsifican a niveles insospechados.

Una de ellas, polémica, enrevesada y presta para la asunción de posturas verticalistas y ortodoxas, es la diversidad de criterios, o mejor aún la falsa unanimidad de los mismos, especialmente en planos decidores de nuestro país.

Y cuando digo esto, puede ser lo mismo en espacios gubernamentales, que hasta en la simple reunión de un sindicato en cualquier centro de trabajo. Nos acostumbramos a no practicar el derecho de plasmar nuestro criterio cuando este diverge de la mayoría, o cuando quizás esta lo tiene pero no se atreve a plantearlo.

Opinar diferente sobre un tema, que no es lo mismo que propugnar en contra de la Revolución, aunque no pocos lo traduzcan así, es una posibilidad que todo ciudadano cubano tiene sin que se le cuestione su afiliación política.

Es una sola Revolución, pero somos más de 11 millones que la pensamos y vivimos de maneras disímiles, sin embargo tratamos desde nuestra trinchera de mejorarla, perfeccionarla y debatirla con nuestras individualidades, con nuestros propios criterios, aunque siempre intentemos unificarlos.

Homogeneizar el pensamiento es negar la propia dialéctica de la vida, y pretender que hay una sola opinión respecto a un tema, muchas veces polémico y reflejo de diferentes puntos de vista, es negar nuestro propio desarrollo y empobrecer los derechos cívicos por los que abogamos durante tanto tiempo.

Existe el miedo infundado a las consecuencias de una postura divergente, que en muchas ocasiones consiste en pauta enriquecedora en el asunto a debatir, pero también existe el otro bien fundamentado cuando se toman erróneas decisiones y amonestaciones contra quienes "osan" plantear otra actitud.

Hemos traducido unidad en diferentes acepciones, entre ellas, igualdad de criterios, y nada más equívoco que asumirla así. De nada vale que apostemos todos por el sí en una cita determinada, cuando por los pasillos se piensa el no, un no sé, o mejor cómo perfeccionar la afirmación de ese sí.

Existe el voto a favor, en contra y la abstención, y ejercerlo no nos quita autoridad, ni unidad, y sí nos hace pensar en cómo perfeccionar los mecanismos para que esas votaciones sean algún día verdaderos sí.

No resulta ni siquiera cuestionar esencias, sino el de brindar soluciones, crear análisis que en un momento pudieron ser discrepantes, pero quizás de no haberse callado evitarían errores cometidos a lo largo del proceso revolucionario.

Pensar en maneras diferentes de perfeccionar la Revolución en beneficio de este pueblo, no nos hace menos revolucionarios, ni más débiles y desunidos. Apoyar en unanimidad una decisión que creemos presta a otros mejoramientos, o con la que tenemos nuestras reservas, sí.

El debate, la reflexión analítica de cada contexto tiene diferentes vías conductuales en cada persona, trabajador, gerente o líder político. Es un solo Partido, una sola Cuba, una sola Revolución, pero no significa con ello que neguemos la pluralidad de voces, cuando todas tienen el mismo objetivo, vivir este país desde y para sí.

 

Tomado del Periodico :   GUERRILLERO

PINAR DEL RIO    CUBA

¿En nombre de qué?

 » Opinión, Frei Betto

12 Septiembre 2010  Comentar

Muchos padres, profesores y sicólogos se quejan de que una parte importante de la juventud carece de referencias morales. Innumerables jóvenes se zambullen de cabeza en la onda neoliberal de relativización de los valores. Vuelven público lo privado (véase YouTube), son indiferentes a la política y a la religión, practican el sexo como deporte y, en materia de valores, prefieren los del mercado financiero.

Soy de la generación que cumplió los veinte años en la década de 1960. Generación literalmente innovadora (la bossa era nueva, el cine era nuevo, etc.), que se inyectaba utopía en las venas y se dirigía por ideologías altruistas. Sólo queríamos cambiar el mundo. Derribar las dictaduras, el hambre y la miseria, las desigualdades sociales, el imperialismo y el moralismo.

En nombre del mundo sin opresión, que muchos de nosotros identificábamos con el socialismo, luchamos por la emancipación de la mujer, contra el apartheid y en defensa de los pueblos indígenas. Sobre todo trajimos al centro de la atención la cuestión ecológica.

Ya la generación de nuestros padres creía en la indisolubilidad del matrimonio, en la virginidad preconyugal como valor, en la religión como inspiradora de la conducta moral, en la superioridad de la producción sobre la especulación. En nombre de Dios las conciencias estaban marcadas por el estigma del pecado.

Todas las generaciones tienen aspectos positivos y negativos. Si la mía se nutrió de ideologías libertarias, que inocularon en ella el espíritu de sacrificio y de solidaridad, la de mis padres creyó en la perenne estabilidad de las cuatro instituciones básicas de la modernidad: la religión, la familia, la escuela y el Estado.

Esta generación de  la primera mitad del siglo 20 no logró superar el patriarcalismo, el prejuicio respecto a quien no le era racial y socialmente semejante, la fe positivista en los beneficios universales de la ciencia y de la tecnología.

La generación posterior, la de la segunda mitad del siglo pasado, promovió la ruptura entre sentimiento y sexualidad, idealizó los modelos soviético y chino de socialismo, con sus gulags y sus ’revoluciones culturales’, y hoy cambia la militancia revolucionaria por el derecho a ser burguesa sin culpa.

Ahora bien, la creciente autonomía del individuo, pregonada por el neoliberalismo, hace que muchos jóvenes se pregunten: ¿en nombre de qué debemos aceptar otras normas morales además de las que yo decido que me convienen? Y las adoptan convencidos de que ellas tienen plazo de validez tan corto como la hamburguesería de la esquina.

Si la represión marcó a la generación de mis padres y la revolución (política, sexual, religiosa…) la de mi juventud, hoy el estímulo a la perversión amenaza a los jóvenes. Se respira una cultura de desculpabilización, ya que, en la travesía del río, se dio la espalda a la noción de pecado y todavía no se avanzó en la interiorización de la ética. Parafraseando a Dostoievski, es como si Dios no existiese y por tanto todo estuviera permitido.

¿Quién es hoy el enunciador colectivo capaz de dictar, con autoridad, el comportamiento moral? ¿La Iglesia? La católica ciertamente no, pues las encuestas demuestran que la mayoría de sus fieles, a pesar de las prohibiciones oficiales, usa preservativo, no valora la virginidad prematrimonial y frecuenta los sacramentos después de haber contraído una nueva relación conyugal. Las evangélicas todavía insisten en el moralismo individual, sin sentido crítico sobre el carácter antiético de las estructuras sociales y la naturaleza inhumana del capitalismo.

¿Dónde está la voz autorizada? El Estado ciertamente no lo es, ya que establece sus decisiones de acuerdo con el juego del poder y de la contienda electoral. Hoy condena la deforestación de la Amazonía, los transgénicos, el trabajo esclavo, y mañana aprueba lo que haga falta para no perder apoyo político.

El enunciador colectivo, el Gran Sujeto, existe: es el Mercado. Él corrompe niños, induciéndolos al consumismo precoz; corrompe jóvenes, seduciéndolos para priorizar como valores la fama, la fortuna y la estética individual; corrompe familias a través de la hipnosis colectiva televisual que expone en los hogares el entretenimiento pornográfico. Y para proteger sus intereses el Mercado reacciona violentamente cuando se le pretende imponer límites. Furioso, grita que es censura, es terrorismo, es estatización, es sabotaje.

¿Las generaciones futuras conocerán la barbarie o la civilización? ¿La neurosis de la competitividad o la ética de la solidaridad? ¿La globocolonización o la globalización del respeto y de la promoción de los derechos humanos, que es la dimensión social del amor?

Padres, profesores, sicólogos, y todos cuantos se interesan por la juventud, están siendo desafiados a dar una respuesta positiva a tales cuestiones.

Tomado de CUBADEBATE